Hace unas cuantas semanas el Baja
International Film Festival arrancó con una película animada proveniente del
sur del continente, la ya famosa Metegol
(Campanella, 2013), la cual inició así
su exitoso paso por las pantallas de nuestro país.
La calidez y originalidad de la historia de
esta película animada argentina me puso en la vía de una reflexión recurrente
que me persigue desde hace años, originada cuando me enteré que uno de mis
programas favoritos, Los Simuladores, tendrían su versión mexicanizada. Esta
reflexión es sencilla: a mi parecer México puede desplegar uno de los mejores
niveles de producción técnica del mundo en cine y TV, por no mencionar la
habilidad para comercializarlos y volverlos éxitos masivos internacionales,
pero posee un tremendo déficit al momento de realizar argumentos e historias novedosas.
Lo que
más me entristeció es que, cuando tuve oportunidad de presenciar los capítulos de
Los Simuladores realizados en nuestro
país pude constatar que apenas se había puesto esfuerzo en la adaptación de las
historias y hasta en los chistes. Los gags criollos y el humor argentino apenas
quedaban disfrazados al cambiar la acentuación y los términos de los diálogos
de la “nueva” serie televisiva
restándole credibilidad y hasta la posibilidad de una aportación creativa.
Como este caso existen muchos, muchísimos y
cada año aumentan. Podemos seguir mencionando ejemplos de esta práctica de
importación de ideas para tropicalizarlas a México por varias páginas.
Películas, series de televisión como Cándido
Pérez y Durmiendo con mi Jefe; gran
número de seriales tanto de Azteca como de Televisa son ideas compradas a
argentinos, brasileños, españoles (Vecinos
es el remake de una serie ibérica, por ejemplo) e incluso hemos llegado a la
adaptación de soap operas de éxito
angloparlante como es Gossip Girl,
que se transformó en Gossip Girl Acapulco
en un alarde de maestría y creatividad
de la titulación.
En lo personal me parecería más honesto que
diéramos honor a quien honor merece, en otras palabras si vamos traer una idea
o argumento de un producto mediático deberíamos traer el producto original, tal
y como se hizo con la divertida serie gaucha Lalola o con la maravillosa y excelente Cuéntame
como pasó, que continúa su transmisión por Canal 22 los domingos a la
noche. Esto daría variedad en la programación y obligaría a mejores
producciones nacionales.
Pero la regla actual de no arriesgar y traer fórmulas de otros para
refriteralas países alcanza todos los ámbitos y géneros: en los realitys iniciamos con un Big Brother y ahora tenemos La Voz México por mencionar dos; en cine
No eres tú, soy yo es un buen ejemplo de esto (recuerdo que
Eugenio Derbez decía que era 100% mexicana “olvidando” la procedencia del
guión); otro ejemplo es Rebelde Way,
como se llamó en Argentina, que dio como resultado una de las telenovelas
juveniles más exitosas de la televisión mexicana, aunque en una versión mucho
más light que la original y generando un fenómeno musical como lo fue RBD. Podemos
terminar esta brevísima lista con la mención de Mujeres Asesinas, que no sólo hizo más mainstream las historias sino que descontextualizó la serie de
libros que originaron la serie, bestsellers de investigación periodísticas de
fuerte contenido sociológico en cada caso abordado.
Brasil, Inglaterra, Holanda, Estados Unidos,
Argentina y España son los lugares de origen de un gran porcentaje de nuestra
cultura mediática actual. No sólo vemos series y películas originales en versiones dobladas, sino que además tenemos muchísima
producción de maquila en donde lo único que se hace es rehacer las ideas aportadas
por creativos y escritores de otras latitudes.
Y esto no ocurre por falta de propuestas o de
escritores jóvenes y consagrados con ideas atractivas que podrían aportar
grandes personajes, interesantes y cautivadoras historias o novedosos estilos de narración audiovisual.
El asunto es que la industria mediática en México, en su gran mayoría, no
apuesta por la novedad ni por el riesgo. No es por nada que nos hemos
convertido en al paíspor antonomasia de la telenovela estilo cenicienta a pesar
de gente como Reygadas, Del Toro, Luna, Amat Escalante, entre otros. Esto
genera en creadores originales una coyuntura draconiana: no poder desarrollarse
en México o tener que irse a otros lados para concretar sus guiones y sus
talentos en el área audiovisual.
Y no me malentiendan, no soy xenófobo
mediático o algo parecido. De hecho esta columna tenía la intención original de
hablar de Juan José Campanella, director argentino que admiro y disfruto, y su maravilloso Metegol. Sé que en un mundo como el nuestro es imposible no estar
conectado o tener influencias o referencias pero este problema va mucho más
allá y le resta a México la posibilidad de contar su propia historia e
identidad.
Para que tengamos claro el impacto de este
hecho imagine usted a México como un mural de Diego Rivera o de Siqueiros,
ahora tape todo con pintura de un solo color. Eso es lo que en cierto sentido
ocurre cuando ignoramos a nuestros escritores y guionistas y no les damos
cabida en las series, películas y telenovelas de nuestro país: perdemos capital
cultural trascendente y es algo que no nos podemos permitir.
Y es por esta razón que mi aportación se
transformó en una queja personal.