lunes, 29 de marzo de 2010

Los cielos de esta semana...hace quince años

Retomo lo que escribí (pero aún no publico) en otro post: el tema de los arcoiris.

Hace más o menos quince años (pudieron ser trece, pero no es una auditoría sino un recuerdo), tuve la oportunidad de ver una de las imágenes que más me ha emocionado en mi vida.

En aquel entonces la Psycho girlfriend y yo estábamos (como siempre en esos días) viviendo juntos en MTY a pesar de que cada uno tenía su departamento pagado por nuestros respectivos padres y les hacíamos el cuento de que cada quién dormía en su cama, también pagada por ellos, cada noche. La verdad era obvia y a esas alturas creo que nuestros jefes la sabían pero se hacían olimpicamente güeyes pos todos pensaban que terminaríamos casados por las cuatro leyes que estilan en estos casos en los guiones chafas de color rosa pastel.

El caso es que, mitad por gusto y mitad por disgusto, siempre estábamos juntos la Psycho y yo. En esa ocasión nos fuímos a Ciudad Acuña a la boda de una de sus ¿tías, primas? y tomamos carretera desde Monterrey.

El camino pasaba por la gran ciudá de Little Jump City, alias Saltillo, para continuar por el desierto unas cuantas horas antes de llegar al mencionado destino. Hasta ese día yo creía que los desiertos del tipo "El bueno, el malo y el feo" eran pura invención del spaguetti western y el señor Eastwood. El camino mostraba una acabada e impactante desolación que era un implacable tapabocas para mi. De nuestro lado izquierdo se erguía la sierra, de un color verde-café y a sus pies corriendo casi en paralelo al camino podíamos ver el lecho seco de un río, que por su profundidad y anchura me dejó pensando en repentinas inaundaciones en los pocos día de lluvía en ese paraje de arena arcillosa y sol violento. A la derecha de la carretera se veía una planicie adornada aquí y allá de matorrales, mezquites y alguna tolvanera lejana. Eastwood disfrazado de mamá naturaleza se reía en mi cara.

Con ese paisaje recorrimos un par de horas, hasta que nos detuvimos en un pequeñísimo jacal habilitado como mini super donde conseguimos unas pepsis medio calientes para apagar la sed que durante cincuenta kilómetros nos tenía desesperados. Ahí lo ví.

Era un monstruoso fragmento de pesadilla celestial que constituía, a pesar de su aspecto amenazador de leviatán desértico, una hermosa promesa de la reducción de nuestrainsolación y un repliegue temporal del martirio que sufría ese paisaje. La nube panzona y oscura se movía hacia nosotros que nos encontrábamos en la margen izquierda del camino, con la sierra el lecho seco y el sur a nuestras espaldas, de forma y lenta como el pensamiento de alguién que sabe que ha llegado el momento de saborear su vendetta.


Arrancamos y seguimos el camino durante unos veinte minutos más, hasta que yo pedí que nos detuviéramos. Quería ver el espect+aculo de esa carretera con cuidado y sin el traqueteo del escarbajo en el que estábamos viajando porque sabía que nunca se volveria a repetir la posibilidad de un cielo partido en dos de esa forma tan perfecta. La nube se había detenido, como si estuviera curiosa de nuestro tránsito por esa carretarra solitaria. En su curiosidad se había acomodado en linea paralela a nostros y llegaba hasta la carretera, mostrando chubascos y rayos a nuestra derecha.

Vimos que del cenit hacia nuestra izquierda estaba presumiendo de forma radiante y algo presuntuosa sus mejores azules la bóveda celeste. Con girar el cuerpo 180 grados era suficiente para pensar que el mundo iba terminar ahogado por ese mosntruo gris y negro que nos miraba suspendido o que nunca volvería a caer una gota en el planeta, transformándolo en una llanura yerma donde el cafe y el azul eran tan brillantes que se vclavaban coo cuchillos ardientes en las pupilas.

Ese fue el cielo de esta semana hace quince años, todo lo demás del viaje se me olvidó a aprtir de ese punto y se volvió irrelevante puesto que había encontrado en ese contrastado cielo una imagen que explicaba como me sentía en sese moento de mi vida, dividido sin posible reconciliación pero gozandola belleza del conflicto.

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