Mi Rubicón privado resultó mucho más vulgar. Fue una simple puerta automática corrediza al final de la sección de aduanas del aeropuerto internacional de Ezeiza en Buenos Aires y la verdad es que mi aspecto debe haber haber sido mas cercano a cualquier hijo de vecino que al calvito Julio o al enano emperador francés de las pinturas.
LA ESCENA
Me encontraba sentado sobre uno de esos maletas de manta cilíndricas estilo militar llena de ropa húmeda, vestido igualmente de pantalón verde militar arrugado por la travesia de casi 24 horas entre la tierra Azteca y la pampa austral. Completa el cuadro un pelo enmarañado y sucio y un suéter negro de cuello de tortuga comprado en Zara lleno de agujeros en las mangas, detalle que no noté hasta que Inés me lo indicó.
El caso es que me encontraba ahí pensando que hacía yo a casi quince mil kilómetros de distancia de todo lo que conocía hasta ese momento, a punto de pasar a la sala de llegadas para conocer a una mujer que me había fascinado a través de muchísimas cartas virtuales y llamadas teléfónicas por ocho meses.
¿No habrá la posibilidad de que tome el mismo avión de regreso?, pensé muy valiente.
¿Qué gano haciéndome el tonto , si ya sabemos que estas historias de película romántica barata hollywood-style nunca salen bien?, rematé.
EL PASO DE LOS ANDES
Tras 20 minutos de cavilaciones me levanté de mi húmedo asiento tras tomar una decisión, y emulando al famoso procér que cruzó los Andes me enfilé a la puerta de salida para ver a Inés en carne y hueso por primera vez (aclaro que en ese momento no tenía ni idea de la gesta de San Martín así que la comparación es totalmente espuria).
Una vez cruzado mi rubicón la ví, vestida de cuello alto y algo que yo conocía como falda pero con el tiempo ella me explicó que se llamaba pollera. Linda sonriente y nerviosa, con el cabello oscuro enmarcandole unos ojos cafés claro, profundos e inteligentes.
Nos acercamos y de forma natural construimos un abrazo que durante años habíamos tenido guasrdado sin saberlo en el fondo de nuestros cuerpos. Muchos minutos pasaron así hasta que esa mujer que apenas había tomado forma en este plano de la realidad me pidió que le dijera algo, lo que fuera para probar que si era yo.
¿Qué quieres que te diga osita?
El Rubicón había quedado atrás, los Andes eran solo un recuerdo lejano y a partir de ese momento la planicie de la pampa se extendió ante mi. La historia del mundo, mi mundo, había cambiado sin derramamiento de sangre para nunca volver al pasado.
3 comentarios:
que puedo decir...mas que esto es la puritita verdad...y que se me salen las lagrimas y se me prende la piel nomas de acordarme...es un momento que repetiria, una y mil veces, toda la vida.
Gracias osito...te amo.
Y eso es todo lo que necesitabas decir...
Lalo gracias por compartir tu experiencia, hizo que se me aguaran los ojos
excelente volverla a leer (después de estar presente mientras la creabas ayer) pero eso si, el ególatra en tí se denota a cada paso, sobre todo al compararte con Napoleón (jajajaja)
Lo que si es que ya comprendemos que el modo Holliwoodense si se cumple y por eso lo detestamos.
Un saludo
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