martes, 21 de agosto de 2007

IV...2002

Cuando se tiene un cuerpo que alcanza el metro ochenta y cinco centímetros aunado a un peso que supera los cien kilogramos en un país cuyo promedio para los hombres es de 1.7 metros y menos de 70 kilos se termina por imponer.

Impones miedo, respeto, ternura (no falta mujer que te vea como un graaan oso de felpa abarazable, por fortuna) y el ambiente te impone incomodidad por los espacios diseñados para humanos con proporciones mucho menores.

La cama es uno de esos sitios específicamente diseñados para que, cuando tienes un cuerpo como el mio o parecido, se te salgan los pies por la noche y no puedas conmpartir facilmente el espacio con alguien más para dormir, amar o echar la hueva. Lo usual era que terminara empujando o tirando a mi acompañante de lecho y terminar solo, como debio ser desde el incio si se hubiera respetado aquella ley de la física que reza: "ningún cuerpo puede ocupar el mismo espacio espacio al mismo tiempo que otro utiliza a menos que se desplace".

El cuerpo en cuestión de esta historia era mi galana de aquellos ayeres, codename La Linda, una chica a la cual le llevaba algo asi como 37 centimetros de longitud y 45 kilos de peso específico. El espacio a llenar era una futón dentro de la casa de Beilis, un futón matrimonial para peor.


La Linda era asi, linda linda. Era petite, de pelo casi del color del oro viejo, ojos grandes y todo lo demás -caderas, manos, senos, labios, horizontes- pequeño y eso era lo que me apabullaba cada vez que a escondidas de sus padres, pero sabiendo que ellos sabían, compartíamos ese futón para pasar la noche juntos. Mi desconcierto se fundaba en la diferencia de tamaños y que su aspecto de fragilidad extrema me dejaba la impresión que en cuanto la abrazara, me girase con todo el cuerpo o simplemente me moviera ella saldría de la cama cual tapón de botella de sidra agitada en el mejor de los casos y en el peor podría levantar cargos en mi contra por abuso físico y golpeador.

Sin embargo "sorpresas te da la vida, la vida te da sopresas, ay dios" diría Rubén. El que terminó al menos media docena de veces en el piso fuí yo pues por estos sentimientos de pánico que el tálamo prenupcial me inspiraba cada vez que la linda acercaba su petitez a mi gordura y pesadez me retiraba unos centímetros por precaución. Aclaro, esto cuando ambos nos encontrábamos entregados a los brazos de nuestro amante compartido -un tal Morpheus- por lo que era totalmente inconsciente de mis acciones hasta que daba con mis huesos en el suelo de dicha sala.

A veces creo que en realidad no hay por que quejarse de todo esto. Finalmente ella tuvo peores noches que yo debido a que por mi exceso de peso (132 kgs en aquellos días) yo roncaba como locomotora y tuve que regalarle unos tapones para los oídos, podríamos decir entonces que estamos a mano...casi.

Las caidas del futón valieron la pena cuando ella usó los tapones y se perdió el espectaculo audible de la vecina del departamento de enfrente cuando hacia el amor. Parecia que la madreaban por sus gemidos...al menos eso me llevé.

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